¿Cuánto pesan 600.000 euros?
Lo primero que debe cambiar es la mentalidad de los departamentos de riesgos. Muchos se están comportando de manera totalmente irresponsable en la concesión de crédito, a lo que se une la agresividad de las millonarias campañas publicitarias de las financieras
La semana pasada fue noticia [...] que perdonen 600.000 euros a una gijonesa, que había avalado a la empresa de su exmarido. También que, en otro caso, como mediadores concursales, solicitamos que perdonaran a un ovetense 602.750 euros. En el último trimestre hemos participado en la exoneración de un total de más de dos millones de euros. Y con estas cosas pasa lo que decía El Principito: a las personas mayores nos encantan las cifras. Pero lo cierto es que detrás de esos números hay personas y situaciones complejas a nivel psicológico.
Cuando las personas pasan a encontrarse en situación de insolvencia, su vida se convierte en un puzle con piezas que no encajan. Sufren un gran sentimiento de culpa que no les deja dormir de noche. Se despiertan una y mil veces, lo que redunda en una bajada de su productividad a nivel laboral. No pocas veces pierden su trabajo y sufren crisis sentimentales. Se desploman, hasta que acuden a nuestro despacho, donde encuentran una mente abierta con la que compartir sus problemas y confiesan que, en la mayor parte de los casos, ni siquiera la familia más cercana conoce la existencia de esas deudas.
Todo porque 600.000 euros pesan mucho más de lo que nadie pueda imaginar. Nuestra clientela de segunda oportunidad vive en la sombra, acomplejada por una sociedad que no tolera el fracaso ni el error. Y, recordemos, el error es la única forma real de aprender. No se trata de que la Ley de Segunda Oportunidad sea la quintaesencia de algo, sino de que la sociedad en su conjunto tiene que cambiar de mentalidad. Y a ello no ayudan ni la educación actual ni las redes sociales. ¿De qué me sirve saber integrar y derivar, si no entiendo lo que es la TAE de un préstamo? No tengo claro cuándo utilizaré en mi vida una derivada, pero tengo claro que la mayor parte de la población firmará un préstamo antes o después. Necesitamos a personas formadas para la vida real, no para la vida utópica. Por su parte, las redes sociales se han convertido en el paradigma de la falsa felicidad. Una suerte de hiperrealismo desfigurado en el que la vida es de todo menos imperfecta. Y, por lo tanto, el error como motor de la evolución es repudiado.
Para que avancemos en la dirección correcta, lo primero que debe cambiar es la mentalidad de los departamentos de riesgos. Muchos se están comportando de manera totalmente irresponsable en la concesión de crédito, a lo que se une la agresividad de las millonarias campañas publicitarias de las financieras. De hecho, en el terreno de las familias, ajenas a la actividad empresarial, se ven arrastradas por una sociedad que venera el consumismo, auto-abocándose a la insolvencia. Cada centro comercial que visitan les bombardea con la oferta de financiación automática para sus compras. Cada vez que acuden al cajero, la pantalla les ofrece una sustanciosa cuantía 'con solo un click'. Y lo mismo ocurre cuando abren su banca 'online' o cuando acuden a la clínica dental de turno. Para cuando se quieren dar cuenta, se encuentran contratando nuevos préstamos para pagar las cuotas de los anteriores. Hacen equilibrismos para conseguir mantenerse al corriente de pagos, hasta que llega al punto que denominamos en el despacho 'límite elástico de su solvencia'. La capacidad de financiación de una persona se comporta como un muelle. En unos períodos soporta más carga y en otros momentos menos. Si la financiación no es excesiva en relación con sus ingresos, el muelle (su solvencia) será capaz de trabajar reduciendo o ampliando su longitud. Sin embargo, si se sobrepasa ese límite y se desequilibra el porcentaje de los ingresos respecto a los gastos, ese muelle ya nunca recuperará su elasticidad y la persona cae al abismo de la insolvencia. La única posibilidad de recuperarse pasa por la Ley de Segunda Oportunidad, en vigor desde 2015. Digamos que este mecanismo cambia el exhausto muelle de la solvencia por uno nuevo.
Mucha gente se preguntará, ¿y que pasaba antes de que existiera esta ley? Pues que las personas insolventes, aunque lo fueran de buena fe, nunca recuperaban su solvencia. El deudor respondía en todo caso con sus bienes presentes y futuros. Pensemos en el supuesto de la gijonesa que había avalado a la empresa de su exmarido. Teniendo en cuenta su nómina actual, para pagar esa deuda necesitaría más de 300 años. En el departamento de riesgos que estudió esas operaciones, ¿quién pudo pensar que el aval de esta mujer era una buena garantía? Lo único que consiguen es que las cifras —que tanto nos gustan a los mayores— cuadren, aunque no se ajusten a la realidad.
Así, comunican a Banco de España que esa operación esta avalada por un tercero (nuestra gijonesa) y con ello consiguen que aparentemente el riesgo de impago no sea elevado, porque el papel lo aguanta todo. Pero lo cierto es que esa operación sigue teniendo un altísimo riesgo porque no era viable. La empresa no va a poder pagar y la avalista necesitará más de 300 años para deshacerse de la deuda pagando por vía de embargo. Consecuentemente, el banco no pierde 600.000 euros porque se aplique la Ley de Segunda Oportunidad. El banco los perdió el día que concedió el préstamo sobre un plan de viabilidad ilusorio.
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